Hay costumbres que desaparecen casi sin que nos demos cuenta. Nadie las reivindica. Los tiempos cambian, los ritos se transforman y hábitos que formaban parte del día a día de todo el mundo van cayendo en desuso sin que nada ni nadie lo remedie.
Hoy, en algunos sitios, los vecinos todavía sacan las sillas a la calle para conversar en las cálidas noches veraniegas. Aunque cada día son menos. Pero, ¿y cantar? ¿qué ha pasado con el canto?
No hace tanto tiempo se cantaba para todo. En las fiestas se cantaba, pero también en el campo, para hacer más llevaderas las tareas diarias (en Valencia, la recogida de la naranja o la siega del arroz) incluso para marcar un ritmo que permitiera hacer a la vez trabajos que requirieran de coordinación. Se cantaba para agasajar a una persona o para conseguir enamorar a otra. El canto también se usaba como terapia para olvidar los problemas (quien canta su mal espanta), para dormir a los niños, para transmitir conocimiento… Cantar era algo habitual.
UN CANTO A DOS
En Valencia, con una rica tradición musical, se fue transmitiendo de generación en generación una manera de cantar muy peculiar: el cant d’estil. Derivado de los llamados “cants a l’aire” con los que se acompañaban los trabajos en la huerta valenciana, el cant d’estil necesita de dos personas para ejecutarse: el cantador y el versador.
El versador improvisa en el momento y le apunta en voz baja y al oído, verso por verso al cantador, toda la letra que ha de ir entonando.
Según la ocasión, las letras pueden ser críticas, simplemente descriptivas, conmemorativas o dedicadas especialmente a los santos patronos de una festividad, incluso a una persona. Sea como sea, el versador las crea al momento siguiendo su inspiración.
Por su parte, el cantador debe poseer una voz alta y clara, una dicción perfecta y unas excepcionales dotes vocales para ir dibujando en la melodía filigranas también improvisadas. Puede usar dos estilos melódicos: el cant pla, que es el más antiguo y austero, o el cant requintat, en una tesitura más elevada y con abundantes florituras.
El ritmo de acompañamiento lo suelen poner instrumentos de cuerda como la guitarra y el guitarrón.
El poeta, periodista e historiador Teodor Llorente escribió:
” Tañer la guitarra y echar una copla, es cosa que el muchacho aprende aquí tan pronto como a escardar cebollinos. La guitarra falta muy pocas veces en el ajuar de la barraca. Sus vibraciones suaves acompañan lo mismo al baile improvisado delante de la alquería y a las galantes albades de los fadrins […].”
Les albaes a las que se refiere Llorente son una forma del cant d’estil que se usaba para celebrar las fiestas y se cantaban en la víspera de éstas, bien entrada la madrugada. Pero sobretodo les albaes se utilizaban en la antigua tradición de rondar, cuando cantar era la manera más habitual para expresar también el amor.
En la actualidad el cant d’estil permanece más como una tradición folklórica que vuelve a lucirse en contadas ocasiones pero ha dejado de formar parte del día a día de los valencianos porque en el siglo XXI, las cosas importantes ya no se expresan cantando. Lástima.
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