En la ciudad, los edificios no nos dejan ver el bosque.
Pero en las calles de Valencia –y en sus parques- decenas de miles de árboles configuran un enorme bosque urbano disperso y que a menudo pasa desapercibido. Sólo palmeras, hay cerca de 20.000.
En esta jungla entre el asfalto conviven más especies arbóreas que en la mayoría de montes. Una biodiversidad –postiza si se quiere- fruto de la creatividad de los jardineros, del azar y de la historia. En las aceras y parterres, lo exótico está permitido.
Las especies comunes en nuestros campos, como las encinas, los naranjos o los almeces, se mezclan con otras que difícilmente encontraremos fuera de la urbe, a menos que viajemos a China, Australia o Sudamérica, como el cinamomo, el ficus o la ceiba.
A nuestro amigo Andrew -y a cualquier otro escocés, uruguayo, valenciano o de donde sea- le proponemos un recorrido por algunos de estos ejemplares que hacen de Valencia un gran jardín botánico.
Por supuesto, esta no es una ruta exhaustiva y no sigue otro criterio que nuestro propio gusto, de modo que bienvenidas sean las contribuciones que ayuden a completarla:
1.- Las ceibas del Puente del Real:
En el cauce del río, del lado por el que se perdería hacia el mar la corriente imaginaria del Turia nada más pasar bajo los arcos del puente de Viveros, un grupo de ceibas se disputa el título del bosquecillo más singular de la ciudad.
Originarios de América, estos árboles de tronco abombado parecen guardar un tesoro para cuya protección hacen falta pinchos amenazantes. A finales del verano, cuando se cubren de flores rosas, su aspecto resulta menos fiero aunque quizá más desconcertante.
Desde la ribera norte los observa un gran eucalipto, otro miembro exótico a la selva urbana.
2.- El paseo del algarrobo en Marxalenes
Quizá la forma más rápida de transportarse al campo sin salir de Valencia consista en cerrar los ojos a la sombra de un algarrobo y sentir el olor dulzón de su fruto.
Sencillo, si no fuera porque estos árboles, pieza indispensable del paisaje mediterráneo, no abundan en la ciudad. Su crecimiento lento, su altura escasa y alguna razón que seguramente se nos escapa, hacen de ellos una especie poco apta para crecer en la urbe.
Sin embargo, Valencia guarda un pequeño homenaje al humilde algarrobo. En la esquina suroeste del parque de Marxalenes, donde el tranvía gira hacia Benicalap, se encuentra el paseo que lleva su nombre. Apenas unos metros que son seguramente el mejor lugar de la ciudad para encontrar su sombra.
3.- Tres olivos
El olivo es el árbol por antonomasia. Quizá por eso, la plaza del Árbol es en realidad una plaza con un olivo en el centro. Sin más. Hay otro olivo de porte elegante en la del Doctor Collado. Ambos son compañeros perfectos para ver pasar la ciudad ante nuestros ojos.
Y si queremos ambiente más sosegado, el olivo que se encuentra frente a la biblioteca Joanot Martorell en el Parque de Marxalenes –de nuevo- puede ofrecernos un buen rato de lectura.
4.- Los pinos piñoneros de la Alameda
Con sus copas en forma de nube, elevadas del suelo por el brazo poderoso del tronco y las ramas, los pinos piñoneros son la aristocracia de los pinos.
Junto a la escalinata del Puente del Mar, en plena Alameda, están los que más nos gustan de la ciudad. Desde su posición privilegiada observan por encima del hombro a sus primos, los otros pinos, que pueblan el cauce.
5.- El almez del Botànic
Pocos árboles de Valencia representan de una forma tan clara la lucha del bosque urbano contra la ciudad en la que viven -o su simbiosis cotidiana- como el almez que, altivo, se yergue en la entrada del Botànic.
Para verlo sólo hay que asomarse al vestíbulo. Si fuera un personaje de cuento, su historia comenzaría así: érase una vez un árbol alrededor del cual creció un edificio. Su nombre era Almez…
6.- Los ficus del Parterre y la Glorieta
Árboles que son cuevas, toboganes, catedrales… Árboles mayúsculos en los que perderse. De límites difusos. Donde una rama es una raíz o un columpio.
Los ficus llegaron de lejos, de Australia, y se asentaron en el centro mismo de la ciudad. De eso hace más de 150 años. Hoy son uno más de sus monumentos y una más, quizá la más antigua, de sus atracciones infantiles.
7.- Los dinosaurios de Monforte
Los ginkos de los Jardines de Monforte (el macho, más alto, y la hembra, más menuda) son fósiles vivientes. Sus antepasados ya vivían en la Tierra hace 250 millones de años, cuando ninguno de nosotros había nacido.
Pero además, de estos ejemplares en particular se dice que fueron plantados hace más de 160 años, cuando se creó el jardín en que se encuentran.
Ir a visitarlos es otra buena excusa para volver a pasear por uno de los rincones más delicados de Valencia.
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